Vamos a iniciar leyendo Hechos 2:41-47
“Así que, los que recibieron su palabra fueron bautizados; y se añadieron aquel día
como tres mil personas. Y perseveraban en la doctrina de los apóstoles, en la comunión unos con otros, en el partimiento del pan y en las oraciones. Y sobrevino temor a toda persona; y muchas maravillas y señales eran hechas por los apóstoles. Todos los que habían creído estaban juntos, y tenían en común todas las cosas; y vendían sus propiedades y sus bienes, y lo repartían a todos según la necesidad de cada uno. Y perseverando unánimes cada día en el templo, y partiendo el pan en las casas, comían juntos con alegría y sencillez de corazón, alabando a Dios, y teniendo favor con todo el pueblo. Y el Señor añadía cada día a la iglesia los que habían de ser salvos.
“Alabando a Dios y disfrutando de la estimación general del pueblo. Y cada día el Señor añadía al grupo los que iban siendo salvos” (Hechos 2:47-NVI)
La iglesia mencionada en este pasaje, era una iglesia formada por personas imperfectas, como nosotros y todos los creyentes. Sin embargo, hay ciertos rasgos, en la conducta de esta hermosa iglesia, que vale la pena subrayar, meditar y practicar, porque son rasgos que deben distinguir a toda iglesia cristiana. En estos siete versículos tenemos un hermoso cuadro de la iglesia primitiva en su estado de infancia, pero también por lo mismo, en el de su mayor inocencia. Es el hermoso cuadro de una iglesia que estaba en una especie de “luna de miel” con su Señor. Es una hermosa iglesia donde todavía no empezaban las murmuraciones, mismas que comenzaron hasta el sexto capítulo de Hechos. Es un hermoso cuadro que muestra a la iglesia del Señor, antes de que empezaran los protagonismos y las divisiones que después vemos en 1 de Corintios capítulo uno.
La iglesia de Jerusalén es presentada aquí como una iglesia que se congregaba todos los días en el templo y en las casas. El texto nos dibuja la imagen de una gran congregación llena de gozo. Era una iglesia bulliciosa que no podía pasar desapercibida para el vecindario. Era además una iglesia que Dios usaba para hacer maravillas, porque era poderosa en el Espíritu Santo.
Era una iglesia a la cual, Dios le confiaba cada día, más y más personas. Pero, hay algo que sobresale en el perfil de esta impactante congregación: Su perseverancia.
Hechos 2: 42 nos deja ver cuatro cosas en las cuáles esta iglesia perseveraba:
- En el estudio y práctica de la sana doctrina.
- En el compañerismo cristiano.
- En el fiel cumplimiento de las ordenanzas.
- En la búsqueda constante del rostro de Dios.
La iglesia de Jerusalén perseveraba:
I. EN EL ESTUDIO Y PRÁCTICA DE LA SANA DOCTRINA:
“Y perseveraban en la doctrina de los apóstoles, en la comunión unos con otros, en el partimiento del pan y en las oraciones” (Hechos 2:42)
La iglesia de Jerusalén le daba la importancia debida a la doctrina. Algunos hermanos de hoy, dicen que es más importante practicar el amor que la doctrina, pero al decirlo no se dan cuenta de que el verdadero amor cristiano, surge precisamente del conocimiento y aplicación del evangelio. Nunca debemos divorciar al amor de la doctrina, porque son como el rocío y la flor, cada uno, dándole sentido a la existencia del otro.
Los cristianos de Jerusalén perseveraban en el estudio y práctica de la sana doctrina. En contraste, hoy muchas iglesias están cayendo en diversos engaños, que las han apartado de la fe sencilla que Jesús y sus apóstoles predicaban. Muchas iglesias han caído por la “comezón de oír”, y porque han sido perezosas para estudiar de manera sistemática la Palabra de Dios.
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Han caído porque han preferido las enseñanzas místicas y misteriosas de maestros que no se conforman a la sencillez del evangelio, y lo presentan mezclado con doctrinas y prácticas extra-bíblicas, como el fetichismo, la superstición y el ocultismo.
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Han caído porque no quieren un evangelio que les demanda arrepentimiento y perseverancia en la obediencia a la Palabra de Dios, y prefieren otro en el que sólo tienen que demandar liberación.
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Han caído porque no quieren aceptar la responsabilidad por sus pecados, y prefieren culpar a los demonios.
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Han caído porque no quieren esperar a que Dios los recompense en el cielo y les parece más agradable un evangelio que les promete salud, prosperidad y bienestar, en este mundo.
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Han caído simple y sencillamente porque no perseveraron en la doctrina de los apóstoles.
Por otro lado, algunos cristianos no han dejado las iglesias, ni la liturgia de los bautistas, pero tampoco están perseverando en la lectura y estudio de la Biblia, y así, son una mala influencia para los nuevos creyentes. Por lo general los nuevos creyentes, recién traídos por nuestro Padre celestial a la vida eterna, entran a la iglesia local con un gran entusiasmo, devorando la Biblia, asistiendo a todas las reuniones, incluyendo las de oración, y sirviendo en todo lo que pueden en la iglesia, sin buscar reconocimientos ni aplausos, pero al observar la actitud pasiva de los creyentes antiguos piensa que está exagerando y pronto se convierte en otro “hueso seco”, en peligro de ser arrastrado por algún “evangelio pirata”