Querida hermana, te doy la bienvenida a éste tema, contándote una historia real. Se trata de una creyente en Cristo como tú, a la que llamaremos “Ana”.
Ana, una fiel creyente en el Señor, estaba cansada de trabajar tanto y ganar poco; el servicio de limpieza que hacía en las casas le dejaba apenas para lo necesario. Así que estaba decidida en encontrar un empleo en una empresa donde ganara más, aunque le absorbiera casi todo su tiempo. Parece que todo iba muy bien, la contrataron y aunque fue difícil al principio, ella fue muy capaz de realizar su trabajo, y el dinero era mucho más de lo que ganaba limpiando casas. Fue tan bueno su desempeño que la ascendieron pronto de puesto y el dinero ahora era tres veces más de lo que ganaba al principio. Y llegó a ser la encargada de la tienda. El trabajo era arduo, trabajaba 8 horas seguidas. A veces sin tiempo para comer y no solo eso, si algún empleado no se presentaba ella tenía que cubrir el turno de aquel. En ocasiones hacia hasta ¡tres turnos seguidos!. Pero eso no era lo peor, lo peor era que no podía asistir a la iglesia; y cuando asistía estaba tan cansada que no podía poner atención, muchas veces tenía que salir corriendo del culto. Ella me decía: “Hermana, ore por mí. Me siento mal porque le estoy fallando a Dios”, mis palabras fueron: “Hermana, Usted tiene que tomar decisiones”. Pasaron los años, hasta que un día se sintió muy mal de salud, nuestra querida hermana estaba muy enferma y no se había dado cuenta. Tuvo que dejar el trabajo porque el estrés, no comer a sus horas, etc. Le habían provocado varias enfermedades, hoy se está recuperando y a veces llora y expresa: “Cuantas bendiciones me he perdido por estar lejos del Señor”. ¿Tomó Ana la decisión correcta al aceptar el nuevo empleo? ¿Dónde estuvo el error? ¿Qué preguntas debía haberse hecho antes?. Todas las mujeres enfrentamos innumerables decisiones en nuestra vida, algunas tienen poca importancia como: Decidir qué color de ropa usar hoy, que preparar para la comida, que tipo de zapatos comprarnos, etc. Pero otras tienen consecuencias para toda nuestra vida y muchas veces nos causan preocupación. A Dios le importan nuestras decisiones, Él está presente, no se esconde cuando usted anhela conocer su voluntad con sinceridad. Cuánto más intensamente se acerque al corazón de Dios, más fácil le será conocer su voluntad.
“El hacer tu voluntad, Dios mío, me ha agradado, Y tu ley está en medio de mi corazón.” Salmo 40.8
Creo que tenemos una buena pregunta para hacernos antes de tomar cualquier decisión: ¿Deseo agradarme a mí mismo o agradar a Dios con esta decisión?. Nuestras decisiones reciben la bendición Divina cuando estamos dispuestos a obedecer a Dios. Es decir, hacer su voluntad y no la nuestra. Jesús dijo “Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra” (Mateo 5.10). Él nos estaba dando ejemplo de la verdadera sumisión a la voluntad de su Padre, porque él sabía que a fin de cuentas ésta era la mejor.
La ayuda de Dios para nuestras decisiones.
Dios desea revelarle su voluntad de forma personal, como lo hizo con Pablo cuando Ananías le dijo éstas palabras: “El Dios de nuestros padres te ha escogido para que conozcas su voluntad, y veas al Justo, y oigas la voz de su boca” (Hechos 22:14). Él revela su voluntad a través de su Espíritu Santo: “Pero cuando venga el Espíritu Santo, él os guiará a toda la verdad” (Jn.16:13); y a través de su Palabra: “Lámpara es a mis pies tu Palabra y lumbrera a mi camino”. (Salmo 19:105). Recordemos entonces que las decisiones que agradan a Dios son las que él bendice, como:
- Las decisiones que él comienza.
“Por el camino de la sabiduría te he encaminado , y por veredas derechas te he hecho andar.” (Pr.4:11) - Las que están en sintonía con su palabra. “Ordena mis pasos con tu Palabra, y ninguna iniquidad se enseñoree de mí.” (Sal. 119:133)
- Las que logran su propósito.
“Porque Dios es el que en vosotros produce así el querer como el hacer, por su buena voluntad.” (Fil.2:13)